sábado, 12 de junio de 2010

EL ESPOLON EN SUDAFRICA


Prima facie
Queridos espolones, fue un viajecito, pero por fin llegamos. Ocho horas es lo que aproximadamente tarda un avión Buenos Aires - Johannesburgo, pero tengo la sensación de haber partido hace dos días por lo menos. Entre las tres horas que pasamos ayer en Ezeiza, con amenaza de bomba y desalojo incluidos, y las otras tres que tardamos hoy entre que atrerrizamos y por fin logramos salir del aeropuerto, pasamos casi el mismo tiempo deambulando por free shops que cruzando el océano.
Los morochos estos son muy simpáticos y tienen unos tiempos muy pausados. Todo tarda el doble, hay una lentitud que exalta y así, este día se fue volando.
Cuando bajas del aeropuerto, ese típico policía ortiva que está en cualquier control de frontera, acá es una mina con pollera colorida y chaqueta fluorescente, que te sonríe y te dice “welcoooooome”, acompañando las palabras con todo tipo de coreografías gesticulares y con una blanca dentadura. Los sudafricanos nos saludan desde los autos o desde los techos de las casas con las manos. Todo es el mundial, todo, pero todo, en el aeropuerto, en la ruta, en los negocios; en la televisión de diez canales, nueve son del mundial.
Las cornetas esas suenan a toda hora, en todo lugar, incluso tranquilamente se ve por la calle a tipos solos que mientras caminan con una mano en el bolsillo, van soplando ese ruido insoportable, para sí mismos, o para el cielo o quién sabe para quién carajo. Parecen felices como nunca. Todo está teñido de banderas y banderas y más banderas y colores y cánticos y sombreros mexicanos, y argentinos hasta en la sopa, entonando cánticos, muchísimos sin entradas y ofreciendo cualquier cosa a cambio de ese cartoncito de la felicidad que en este momento en Sudáfrica vale más que el oro. Hay banderas y camisetas del Gallo por ahí.
La onda de esta ciudad, como ya estábamos advertidos, es guardarse temprano. La distribución es rara, aparentemente no hay un centro, como estamos acostumbrados, sino que todo está disperso y es peligroso cuando el sol empieza a caer. Igual hay mucha vida en el hotel, hasta un pub irlandés hay, con gente circulando y tomando cerveza y whisky como agua. A primera vista podría afirmar que es bastante barato. Hoy una cena extravagante, a la carta (entre otras cosas hígado de buey y de postre budín de malva) en lugar bueno, con cerveza enorme, nos salió cincuenta pesos a cada uno.
En fin, solo un pantallazo inicial; la primera impresión desde los ojos de un hombre ojeroso y cansado que ahora se va a dormir. Habrá más crónicas.



Viernes 11 de junio de 2010


Gerardo César Augusto Simonet -Corresponsal del Espolón del gallo en Sudáfrica-

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