martes, 22 de junio de 2010

EL ESPOLON EN SUDAFRICA VII


21 de junio de 2010 – Johannesburgo

Tren fantasma

A diez minutos por autopista desde Johannesburgo, está Soweto, un barrio un tanto particular. Cuando los negros fueron excluidos de todo en Sudáfrica, el gobierno los arrancó de sus casas y los metió a patadas en una zona específica que se convirtió en una suerte de gueto durante el apartheid.
Nos dimos cuenta cuando entramos, de que haber ido por las nuestras hubiera significado posiblemente volver en una bolsa o por lo menos con una mano atrás y otra adelante.
Nos pasaron a buscar a las nueve un par de morochos en una combi destartalada, que según la Regi, tenía pulgas, y allá fuimos. En el camino nomás el guía nos contaba que había nacido en Soweto y mientras tanto a su lado su compañero pasaba todos los semáforos en rojo.
Imaginaba el barrio como una zona oscura, con altos edificios tipo monoblocs y obviamente, cien por ciento negra, un estilo Harlem, pero cuando pasamos el cartel de bienvenida, entramos en una ruta bastante fea y la combi paró en una villa que metía miedo. “Pueden bajar enteros, tomar fotos y volver enteros”, invitó el guía sonriente.
Siempre desconfié de esos tours morbosos que hacen agencias de Buenos Aires a las villas de emergencia y de repente me di cuenta de que nosotros mismos éramos esos japoneses de cámaras colgadas, fotografiando los contrastes de Recoleta y la vía. El guía caminó unos metros y volvió con un tipo. Nos dijo: él los va a acompañar por una calle, van a poder entrar a algunas casas, ver como son, sacar fotos y hablar con la gente. Juro que esa callejuela de tierra, la entrada a Motsoaledi, las casillas de cartón y chapa en el medio de Sudáfrica, eran también el paisaje latinoamericano que tantas veces preferimos no ver, el colmo de la miseria.
Mex estaba blanco como un papel y velaba porque ninguno de nosotros se separase un metro del otro. Yo sentí el paralelo exacto con el safari de días atrás. Estábamos entre los leones y nuestro amigo Tapera nos decía “quietos, no se exalten que no les van a hacer daño, solo se van a acercar por curiosos”, y la familia león nos olfateaba los pies y nos hacía mear encima.
A los pocos metros, la calle, marrón y con alguna que otra rata muerta, estaba poblada de niñitos negros rodeándonos y pidiéndonos fotos. Les causaba curiosidad verse en el visor de nuestras cámaras y nos pedían plata. El guía nos hizo pasar a una casilla que era una especie de jardín de infantes lleno de tierra y gallinas. Adentro una pareja nos explicó algunas cosas, estuvimos unos minutos con los niños, que nos recitaban los días de la semana y nos fuimos con una sensación de amargura indescriptible.
A la salida, un grupete que metía miedo, nos miraba bastante fulero, serían unos doce pibes. El más grande se nos vino, medio socarrón y el guía lo paró antes de que se mandara algún desastre. Hicieron alguna negociación y a los pocos segundos varias voces nos dijeron “Welcome to Soweto”, como si nos hubieran sellado el pasaporte. No me privé de intentar mantener la calma y tirar algunas fotos, pero confieso que batía el record mundial de cien metros llanos si alguno gritaba rajemos.
Cuando encaramos hacia la combi, otro grupete se nos puso adelante y uno dijo una serie de cosas en inglés que la Regi tradujo más o menos como “nos está invitando a colaborar gentilmente, pero con cara de que si no lo hacemos nos van a dejar como colador”, así que hubo que hacer la colecta, subir al transporte y seguir hacia otra zona del barrio.
Fuimos al museo de Héctor Pieterson, el niño muerto durante las protestas contra la imposición a los negros de la lengua opresora, el Afrikáans, que desató la masacre de Soweto. Fuertes historias que por lo menos a mí, sumado al museo del Apartheid, la siguiente visita, me dejaron una sensación angustiante. La realidad que se vive en Sudáfrica en relación a negros y blancos, es increíble, no vi en estos quince días a una sola pareja blanco-negra o viceversa, todo está separado y aunque el Apartheid cayó, hay una segunda línea en la que está más vivo que nunca. Un día muy especial que nos ayudó a entender algunas cosas del pulso misterioso de esta ciudad.
Mañana a las doce nos vamos para Polokwane, tenemos unos trescientos kilómetros en bus ¿pero quién no se los haría caminando por la camiseta que nos convoca? Tiene que ser otro gran día. Vamos Argentina.

Gerardo César Augusto Simonet -corresponsal del Espolón del Gallo en Sudáfrica-.

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