Mostrando entradas con la etiqueta MUNDIAL SUDAFRICA. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta MUNDIAL SUDAFRICA. Mostrar todas las entradas

sábado, 3 de julio de 2010

MORON EN SUDAFRICA


Con esta imagen damos testimonio que Morón esta representado en el mundial de Sudáfrica, donde en un rato Argentina enfrentará a los alemanes en Ciudad del Cabo (1463 KM de Pretoria)sitio donde se concentra la mayoria de los argentinos; desde esta ciudad y desde Johannesburgo partirán en distintos medios de transporte los simpatizantes argentinos. Por ejemplo "hinchadas unidas argentinas" en tren -ida y vuelta- 500 rands = a unos 250 pesos, la gente de la foto (Morón mas Tigre)en combis,a ninguno de ellos le faltará los boletos de ingreso al estadio.

viernes, 25 de junio de 2010

EL ESPOLON DEL GALLO EN SUDAFRICA VIII


22 de junio de 2010 – Polokwane

Argentina vs. Grecia Polokwane

Los días en que juega Argentina tienen un sabor especial. Cualquier mañana uno se levanta y le pregunta al compañero de cuarto, en mi caso el Red One, que por cierto da un salto treinta segundos antes de que suene el despertador ¿qué teníamos hoy? Y ahí, entre tanta inmediatez, se desempolva el cronograma. Pero los días de partido hay un clima tremendo en el hotel, los argentinos vamos apareciendo en los pasillos recién bañados, con la camiseta puesta y las banderas al hombro como si nos creyésemos supermanes blanquicelestes; se escuchan cantos y sin conocer al que te tocó en el ascensor, de repente levanta la cabeza y dice: “parece que Carlitos va al banco”.

Es que al no tener uno acá la constante previa periodística que se ve en Argentina, se despide de los muchachos cuando entran al túnel para abandonar la cancha y se reencuentra al siguiente partido cuando salen a reconocer el terreno, como si inconscientemente tuviera una amistad íntima en la lejanía.

En el lobby nos encontramos los de siempre, compañeros de colectivo como si fuese un viaje de Egresados: los tranquis, los pocaspulgas y los insoportables.

Esta vez Argentina jugó en Polokwane, una ciudad que está a unos trescientos kilómetros de Jo’burg. Como el partido fue a las 20.30 hs., a mediodía estábamos saliendo y el viaje fue agotador, principalmente por tres compatriotas tarados de esos que se comieron a José Barritta, que se mamaron con fernet y estuvieron todo el camino con un bombo y una sirena cantando: “No-duer-me nadie la putá que lo pariú, No-duer-me nadie la putá que lo pariú (y así se repite noventa veces)”. Debo confesar que de a ratos arrancaban una carcajada, pero después de dos horas y media nuestros sesos estaban trepanados y más de uno intentó ponerlos en vereda, pero fue imposible.

El partido fue una fiesta, fue el día que más se alentó, debe haber sido el frío o quizás la cercanía con el regreso de muchos a la Argentina. Contra Nigeria y Corea, me llamó la atención que la parcialidad argentina fue bastante amarga con el aliento durante el juego. Un estadio hermoso, construido para el mundial, bastante pequeño y con cierta intimidad que permitía ver muy de cerca.

De entrada tuve la suerte de encontrarme con el personaje de la foto, héroe del mundial con la mejor canción de la historia, y puede verse en mi mano la remera del Espolón. No puedo con palabras expresar la alegría de haber estado al aire el último lunes. La aparición del grupo de españoles, encabezado por Jaime, el fundamentalista Merengue, con cantos incluídos, mezclado ello con Kike Kepa y Motoneta Figueredo, fue una de las más grandes alegrías del mundial.



Los goles contra Grecia, no venían y finalmente llegaron y se festejaron con todo; la gente estalló con Palermo y la verdad que, sin importar banderas, el tipo ya es un mito popular a la altura de Patoruzú. Mucha euforia y un frío nocturno que calaba los huesos, pero así y todo, después de terminado el partido, la gente se quedó cantando como media hora con un corazón que emocionaba.

Los hinchas de Morón no aparecen, los he buscado por cielo y tierra, pero que están están, yo los ví en el aeropuerto. Se acercaron a mí hinchas de Tigre a los abrazos y festejejándome los treinta y cinco años de amistad con la gente del Gallo.

La vuelta fue más traumática todavía que la ida. Los tres compatriotas del bondi ya le habían sumado al fernet algunos litros de cerveza (que en los estadios se vende como agua), y siguieron, para maldición de todos, con su mandato tribunero de que nadie cierre un ojo.

Se sospecha que fue un gaucho que se sentaba atrás del conductor, el que llegó primero y tuvo la sabiduría de afanarse las pilas del megáfono que los muchachos habían dejado en el asiento. Nos enteramos cuando llevábamos apenas un kilómetro de viaje y desde el fondo arrancó el nuevo tema, que nos acompañaría por las siguientes cuatro horas: “shi-noa-pá-reshen las pila’, va-habir quilumbu, va-habir quilumbu; shi-noa-pá-reshen las pila’, va-habir quilumbu, va-habir quilumbu”.

Gerardo César Augusto Simonet -corresponsal del Espolón del Gallo en Sudáfrica-.

martes, 22 de junio de 2010

EL ESPOLON EN SUDAFRICA VII


21 de junio de 2010 – Johannesburgo

Tren fantasma

A diez minutos por autopista desde Johannesburgo, está Soweto, un barrio un tanto particular. Cuando los negros fueron excluidos de todo en Sudáfrica, el gobierno los arrancó de sus casas y los metió a patadas en una zona específica que se convirtió en una suerte de gueto durante el apartheid.
Nos dimos cuenta cuando entramos, de que haber ido por las nuestras hubiera significado posiblemente volver en una bolsa o por lo menos con una mano atrás y otra adelante.
Nos pasaron a buscar a las nueve un par de morochos en una combi destartalada, que según la Regi, tenía pulgas, y allá fuimos. En el camino nomás el guía nos contaba que había nacido en Soweto y mientras tanto a su lado su compañero pasaba todos los semáforos en rojo.
Imaginaba el barrio como una zona oscura, con altos edificios tipo monoblocs y obviamente, cien por ciento negra, un estilo Harlem, pero cuando pasamos el cartel de bienvenida, entramos en una ruta bastante fea y la combi paró en una villa que metía miedo. “Pueden bajar enteros, tomar fotos y volver enteros”, invitó el guía sonriente.
Siempre desconfié de esos tours morbosos que hacen agencias de Buenos Aires a las villas de emergencia y de repente me di cuenta de que nosotros mismos éramos esos japoneses de cámaras colgadas, fotografiando los contrastes de Recoleta y la vía. El guía caminó unos metros y volvió con un tipo. Nos dijo: él los va a acompañar por una calle, van a poder entrar a algunas casas, ver como son, sacar fotos y hablar con la gente. Juro que esa callejuela de tierra, la entrada a Motsoaledi, las casillas de cartón y chapa en el medio de Sudáfrica, eran también el paisaje latinoamericano que tantas veces preferimos no ver, el colmo de la miseria.
Mex estaba blanco como un papel y velaba porque ninguno de nosotros se separase un metro del otro. Yo sentí el paralelo exacto con el safari de días atrás. Estábamos entre los leones y nuestro amigo Tapera nos decía “quietos, no se exalten que no les van a hacer daño, solo se van a acercar por curiosos”, y la familia león nos olfateaba los pies y nos hacía mear encima.
A los pocos metros, la calle, marrón y con alguna que otra rata muerta, estaba poblada de niñitos negros rodeándonos y pidiéndonos fotos. Les causaba curiosidad verse en el visor de nuestras cámaras y nos pedían plata. El guía nos hizo pasar a una casilla que era una especie de jardín de infantes lleno de tierra y gallinas. Adentro una pareja nos explicó algunas cosas, estuvimos unos minutos con los niños, que nos recitaban los días de la semana y nos fuimos con una sensación de amargura indescriptible.
A la salida, un grupete que metía miedo, nos miraba bastante fulero, serían unos doce pibes. El más grande se nos vino, medio socarrón y el guía lo paró antes de que se mandara algún desastre. Hicieron alguna negociación y a los pocos segundos varias voces nos dijeron “Welcome to Soweto”, como si nos hubieran sellado el pasaporte. No me privé de intentar mantener la calma y tirar algunas fotos, pero confieso que batía el record mundial de cien metros llanos si alguno gritaba rajemos.
Cuando encaramos hacia la combi, otro grupete se nos puso adelante y uno dijo una serie de cosas en inglés que la Regi tradujo más o menos como “nos está invitando a colaborar gentilmente, pero con cara de que si no lo hacemos nos van a dejar como colador”, así que hubo que hacer la colecta, subir al transporte y seguir hacia otra zona del barrio.
Fuimos al museo de Héctor Pieterson, el niño muerto durante las protestas contra la imposición a los negros de la lengua opresora, el Afrikáans, que desató la masacre de Soweto. Fuertes historias que por lo menos a mí, sumado al museo del Apartheid, la siguiente visita, me dejaron una sensación angustiante. La realidad que se vive en Sudáfrica en relación a negros y blancos, es increíble, no vi en estos quince días a una sola pareja blanco-negra o viceversa, todo está separado y aunque el Apartheid cayó, hay una segunda línea en la que está más vivo que nunca. Un día muy especial que nos ayudó a entender algunas cosas del pulso misterioso de esta ciudad.
Mañana a las doce nos vamos para Polokwane, tenemos unos trescientos kilómetros en bus ¿pero quién no se los haría caminando por la camiseta que nos convoca? Tiene que ser otro gran día. Vamos Argentina.

Gerardo César Augusto Simonet -corresponsal del Espolón del Gallo en Sudáfrica-.

lunes, 21 de junio de 2010

EL ESPOLON EN SUDAFRICA VI



20 de junio de 2010 – Cape Town

P.I.L.

Johannesburgo sigue haciéndose la interesante y confieso que esa situación me inquieta un poco. Pasan los días y no puedo sacar una conclusión sobre esta ciudad tan extraña. Escuché hace un tiempo por la radio, que es una urbe anti-mochileros. Debe ser eso lo que me mata. El mochilero o trotamundo es un tipo que agarra un mapa de cualquier lugar del mundo, lo estudia un poquito, se toma un bondi y al rato anda navegando por las venas. Si se aburre, habla con un sereno o con un croto de por ahí y ya tiene una historia. Johannesburgo es como una energía que anula los radares y uno queda como un murciélago rebotando contra las paredes. De hecho, los mapas para GPS, están desactualizados y cualquier valiente que se anime a alquilar un auto (sorteando todas las contras de manejar en este país), anda perdido por las autopistas como una valija por la cinta del aeropuerto.
Hasta ahora, no sé si yo seré un burro, o esta ciudad es un gran agujero negro con algunos satélites como Sandton City, que es un shopping enorme, o algún otro guetto comercial, todo cercado, con restaurantes y alguna movida nocturna, y todo lo demás es peligroso y por lo tanto, no solo está vedado por el riesgo que significa animársele, sino también porque, como ya lo conté antes, no hay transporte público.
Todo lo que se puede hacer es mediante una excursión armada. Con un tipo sonriente esperando a la salida del hotel, otro llevándote en la combi, otro guiándote el camino, y otro esperándote para emprender la vuelta, a la hora señalada. Hasta ahora no hubo tiempo, y no exagero, para una vuelta manzana en soledad, es más, confieso que no he pisado una vereda o algo que no esté cercado y tenga un cartel de Coca Cola sobre la entrada.
Obviamente, nos trajo acá la fiesta del fútbol mundial, y para eso estamos, con eso basta, esto no es una queja, jamás en mi vida dejaré de agradecer a Dios este regalo, pero todo eso inevitablemente se siente después de varios días.
Soweto, el barrio de Mandela, el corazón negro de Sudáfrica, parece ser mala palabra si uno cavila un minuto sobre la posibilidad de visitarlo por las suyas. De repente nos miramos las caras y nos decimos ¿pero qué hay en Soweto? ¿está el demonio? ¿el humo negro? ¿hay sicarios en cada esquina apuntándole a los blancos? Nos golpeamos la cabeza contra la pared para ver si sale una idea y decimos, no puede ser. Y por si esto está inflado, le preguntamos a algún otro y te dice: “mmm ¿Soweto? yo solo no iría ni loco”. Amigos, hemos estado en Río, bajando del bondinho en la puerta de las favelas, rodeados de todos los personajes de La ciudad de Dios; en Santiago de Chile hemos caído en un departamento tomado por Pakistaníes tirabombas; nomás hemos andado por terminales y estaciones roñosas en provincias pobres de Argentina, con unas caripelas que hacían asustar al mismísimo cuco, y parece que eso era Walt Disney al lado de Johannesburgo. Déjenme de joder. Esto es una denuncia ¿qué nos pasa a los Sudafricanos, estamos locos? Vamos a terminar haciendo una excursión a Soweto, fotografiando negros desde el bondi como si fuesen monos de zoológico, pero parece que son las reglas del juego o hay algo que a mí todavía nadie me explicó.

Hoy a las cuatro y media de la mañana nos levantamos y a las nueve y media habíamos cruzado todo Sudáfrica para estar en Ciudad del Cabo, otro mundo, otro país. Todo organizado, todo preparado para el turista, todo hermoso, el sol, el mar, el verde. Un lujo que por un lado relaja y por otro, da cierta cosita. Hicimos un city tour, comimos bichos marítimos y visitamos pingüinos. A esta ciudad no le pongo fichas para que salga alguna historia para contar, será un pequeño relax hasta que mañana a la noche estemos otra vez en la urbe indescifrable, buscando alguna sierra para cortar las cadenas.
Bafana, Bafana!

Gerardo César Augusto Simonet -corresponsal en Sudáfrica del Espolón del Gallo-.

viernes, 18 de junio de 2010

EL ESPOLON EN SUDAFRICA V

Fugacidades


En una habitación de la casa de mi amigo Bamboche, está el mural con más sentimiento que vi en mi vida. Desprolijo y con fotos recortadas a mano, todas desflecadas y elegidas por su hermano Marian, todavía está colgado en una pared. Así y todo, si yo sobrevivo a ese muchacho, quisiera ser heredero de semejante obra de arte. Lo evoco porque tiene escrita una frase de Eduardo Sacheri que dice algo así como “nunca la vida pasa tan rápido como cuando vas perdiendo uno a cero”. Pienso un segundo y me robo el concepto. Créanme que el tiempo jamás de los jamases pasa con tanta prisa como cuando a uno va a un mundial. Ya se nos fueron dos. Mientras uno está en la cancha vuelan los minutos. Hay dos plasmas gigantes, uno en cada cabecera y ahí pasan el partido en vivo (repiten el gol solo una vez), con tiempo incluido, y es imposible no mirar el reloj, y van quince, y enseguida treinta, y ya faltan quince y te pone contento que todavía queda el segundo tiempo y de repente la voz del estadio dice que hay dos de descuento.
Nos queda Grecia y cuando ese día el árbitro pite el minuto final, ya estaremos tambièn con ganas de mirar lo que sigue por tele, como dijo mi amigo Chori, con las facturas, los mates y la patrona preguntando qué es el offside o por qué el arquero elige un palo antes de que el jugador tire el penal. Y será un placer estar otra vez en el pueblo abrazado con el Chimi y con tanta gente querida, soñando con repetir la hazaña del 86. Otro placer enorme será esperar un asado para compartir vivencias con el maestro Raúl Lucero, que vio en vivo y en directo el día a día de semejante epopeya en tierra mexicana, con gol de Diego a los ingleses incluido.
Lo de hoy fue tremendo, no sé qué llegará a la Argentina, tampoco si estamos jugando contra equipos realmente de temer, pero estamos viendo a un Messi maradoniano. Más allá de la burrada que se mandó Demichelis, el equipo va apareciendo, por lo menos de mitad de cancha hacia adelante, va a estar bueno volver a las polémicas y a las charlas de bar dentro de poquito. En los estadios en general, la onda de la gente asombra, ni una sola pelea o discusión. La organización de la entrada y la salida es rapidísima. Al final de los partidos hay extranjeros que te piden cambiar la camiseta o que te regalan la bandera de su país, y otros con carteles que dicen “Por favor, colecciono entradas usadas, deme la suya”. Está buenísimo ver que los Bafana Bafana simpatizan mucho con la Argentina y está lleno de sudafricanos con nuestros colores.

17 de junio de 2010 – Argentina vs. Corea del Sur Hay mucho movimiento de barras, hoy a la salida desfilaba por las calles, con bombos y banderas, las hinchadas de Independiente, junto con gente de Almirante Brown. En el aeropuerto vi camisetas de El Gallo pero en la cancha, por más que los busqué, no pude dar con ellos, pero que están, están, como también este humilde cronista.
Abundan los vendedores ambulantes africanos, ofreciendo banderas, remeras, sombreros y vuvuzelas, todo de Argentina. Me pregunto ¿quién se las habrá vendido a ellos? Algo gracioso es que venden la corneta y además unas orejeras para proteger los oídos de tanto chillerío.
La previa de los partidos está increíble, se crea un clima hermoso y todo el mundo anda con pintura, decorándose la cara y ofreciéndole a quien guste, sin ningún interés, darse una manito de blanco y celeste.
El Red One ya tomó por costumbre fotografiarse con señoritas hinchas del equipo contrario. Pero anda medio extraviado, el partido pasado, con Nigeria, se fotografió con una rubia de camiseta verde que más que nigeriana, parecía irlandesa. Hoy sí se ubicó un poco y se agarró a una coreana bastante linda como para aumentar su colección. Quedamos bastante tostados al final del partido, porque nos dio el sol toda la tarde. Nos tocó en la tribuna que ve de frente el banco de suplentes, estábamos en la parte baja, más o menos a la mitad vertical y horizontalmente.
Amigos del Gallo, esto es todo por hoy pero habrá más reportes para el Espolón en Sudáfrica. Abrazos!

Gerardo César Augusto Simonet -corresponsal del Espolon del Gallo en Sudáfrica-

jueves, 17 de junio de 2010

ARGENTINA 4 COREA DEL SUR 1



Se ganó el segundo partido consecutivo como en los mundiales del 30, 78, 90, 98 y 2006.