lunes, 9 de abril de 2012

Lo contó un testigo presencial .

Los momentos de zozobra y angustia que se vivieron el pasado miércoles en el Deportivo Morón quedarán grabados en las retinas de sus chicos. Uno de los profes de formativas, Lucas Imbrogno, nos cuenta como lograron que prácticamente nadie saliera lastimado.
El temporal del miércoles pasado no solamente dejó huellas imborrables e irreparables en lo material. Seguramente marcará un antes y un después en varios chicos y no tan chicos que diariamente recorren las instalaciones del Deportivo Morón para realizar actividades deportivas y sociales. Porque en definitiva, un club es eso también (o lo es en lo primordial); un lugar de encuentro de amigos donde el deporte y gustos en común los aglutina, los une y los forja en la amistad.
Estaban entrenando los cadetes y juveniles a las órdenes de Lucas Imbrogno, un profe surgido de Arquitectura, con vasta experiencia en formativas en varios clubes de la FRBCF y que actualmente está en el “gallito”. Cuando lo consultamos sobre lo sucedido, el profe nos decía que “fueron diez minutos donde parecía que estaba viendo una película de catástrofe, nunca imaginé vivir algo así. En el momento no tomé dimensión de lo que pasaba, ya que la mayor preocupación era tratar de que ningún chico saliera lastimado”, relataba con angustia.
Cuando puntualmente le preguntamos por el momento preciso del derrumbe, Lucas nos apuntaba que “alrededor de las 20 hs, estábamos entrenando con los cadetes y juveniles, cuando una ráfaga de viento entra a través de los vidrios laterales de la pared que daba a la cancha de fútbol. Fueron diez segundos que nos salvaron de un desastre mayor. Nos juntamos cerca del portón de ingreso con los chicos (N. de la R.: unos 25 entre los que estaban entrenando y los muchachos de primera que esperaban su horario), el profe ‘Tati’ Quesada, los dirigentes presentes como el arquitecto Ricardo González (ex consejero de la FRBCF) y Adrián Villar, quienes con rápido accionar lograron salvar la integridad de todos. También estaban presenciando el entrenamiento dos abuelos. El viento soplaba muy fuerte y el suministro eléctrico amagaba con irse. En unos veinte segundos sucedió todo; mientras los directivos trataban de cerrar el portón principal que golpeaba contra las paredes por el viento, se empiezan a volar las primeras chapas laterales del techo y cae una catarata de agua al estadio. Logramos llevar a todos los chicos a un pasillo adjunto a la cancha, de un metro de ancho por cinco de largo aproximadamente, que une el gimnasio con buffet. En ese instante el techo literalmente sale volando, como una hoja de papel, y la pared que separa el gimnasio de la cancha de fútbol, de unos veinte metros de largo, luego de tambalearse, se desploma totalmente hacia adentro. El estruendo fue impresionante. Volaban hierros, chapas y cables por todos lados. Un reflector impactó en la cara de un cadete, provocándole fractura de nariz, y una chapa golpeó contra unos vidrios, que cayeron encima nuestro provocando cortes y heridas leves. Pero ‘felizmente’ fueron las únicas heridas que tuvimos que lamentar” remarcaba.
A esta altura quedaba claro que los momentos de zozobra habían sido tremendos pero faltaba mas todavía: “Después de unos minutos que permanecimos resguardados en el improvisado refugio y cuando cesó el viento, los chicos pudieron salir del estadio y subieron a un colectivo de la línea 298 que estaba parado en la puerta del gimnasio, cuyo chofer desinteresadamente trasladó a los jóvenes a la clínica más cercana para que les hicieran las curaciones a los que estaban lastimados, que por suerte eran unos muy pocos”.
Ya sobre el final de la charla, Lucas Imbrogno nos remarcaba que “sin lugar a dudas, las imágenes del club que se vieron el día después son desoladoras. Pero en lo personal me dan la satisfacción de saber que una tragedia se pudo evitar gracias al accionar de hombres que pusieron por encima de todo el deseo de preservar la vida de muchos jóvenes quienes les estarán agradecidos por siempre”.
Para el Deportivo Morón viene una etapa complicada, dura, que es la de la reconstrucción, la del casi volver a empezar. Pero está claro que en el oeste del Gran Buenos Aires hay gente que hará todo para recuperar lo perdido. Y también está claro que no están solos, porque todos estamos con ellos.

Alejandro Sonich

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